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Si las redes sociales fueran países, Facebook sería el más poblado del mundo: sus 2.000 millones de usuarios ya superan la suma de los habitantes de China, EEUU y Brasil. Y a su emperador Mark Zuckerberg se le está escapando el gobierno de las manos. No pasa semana sin que conozcamos alguna fechoría de la empresa, generalmente relacionada con vulneraciones de la privacidad de los internautas.
Cuando todavía colea el escándalo de la filtración de datos personales a través de Cambridge Analytica, que supuestamente contribuyó a la elección de Donald Trump como presidente de los EEUU propagando información ultrasegmentada -en algunos casos verídica y en otros falsa- Facebook acaba de comunicar que un agujero de seguretat en una se sus aplicaciones ha dejado al descubierto las credenciales de al menos 50 millones de usuarios, y algunas fuentes calculan que podría haber otros 40 millones de afectados. La empresa se ha apresurado a reconocer el incidente, probablemente para evitar la multa de más de 1.400 millones de euros (el 4% de la facturación mundial) que la Comisión Europea podría haberle impuesto en caso de no informar puntualmente, en virtud del nuevo Reglamento General de Protección de Datos. Por otro lado, unos investigadores de la universidad Northwestern han comprobado hace poco que Facebook pone al alcance de los anunciantes incluso los números de teléfono que los usuarios le proporcionan, no como información personal de contacto, sino precisamente como mecanismo para proteger sus perfiles contra intentos de suplantación.
La voracidad de Facebook en la captura de datos personales ha sido siempre extrema. Ja lo contaba Antonio García Martínez, uno de los creadores del sistema original de publicidad de la plataforma, en su libro Chaos Monkeys de 2016. Pero últimamente se ha disparado, hasta el punto de que hay quien ha decidido que ya no quiere tener nada que ver con ello. Así, en menos de dos años han abandonado Facebook los fundadores de tres filiales de la gigantesca red social: Palmer Luckey (Oculus, dedicada a la realidad virtual), Jan Koum y Brian Acton (WhatsApp) y la semana pasada Kevin Systrom y Mike Krieger (Instagram). Todos ellos, de un modo u otro, se han declarado incapaces de resistir la presión de Zuckerberg y su equipo para rentabilizar el tráfico de usuarios mediante la explotación de los datos de éstos.
El caso de Acton es probablemente el más significativo: no sólo se largó sin esperar a que venciera un paquete de 850 millones de dólares en acciones que le correspondía, sino que ha dedicado una parte de su fortuna personal a financiar Signal, una aplicación de chat rival de WhatsApp que tiene la privacidad por bandera.
Por si ello fuera poco, el uso que muchos internautas hacen de la plataforma ha acabado convirtiéndola en un entorno indeseable. Estos días, directivos de Facebook se encuentran de gira por el sudeste asiático simulando que tratan con los gobiernos de diversos países la manera de limitar la difusión de mensajes de odio que en gran medida han provocado la violencia contra los musulmanes en Birmània (los Roghinya) y en Sri Lanka, o el discurso del miedo que el presidente filipino Rodrigo Duterte ha propagado para conseguir el apoyo popular en su cruzada contra el tráfico de drogas.
A la vista de todo ello, si aún utilizan ustedes Facebook, no me dirán que no les entran ganas de seguir el consejo que Acton incluyó, en forma de etiqueta, en su primer tuit después de dejar la empresa de Zuckerberg: #DeleteFacebook.
Publicado en el diario Ara.