Excusas eternas de consumidor irresponsable

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La 2 de TVE volverá a emitir esta noche el interesante documental Comprar, tirar, comprar de Cosima Dannoritzer. Por ello rescato un artículo que publiqué en el diario Ara el 23 de enero, con ocasión de la emisión original por TV3.
Hace unos días reparé el abrelatas eléctrico de casa. Con un destornillador, un soldador y el cable eléctrico rescatado de una lámpara de pie que se rompió hace meses, en cosa de un cuarto de hora dejé el aparato a punto para continuar funcionando unos años más. Todo un motivo de satisfacción, cada vez menos frecuente. La mayoría de los electrodomésticos que usamos ya no están diseñados para ser reparados. Cuando me dedicaba a ello, hace 30 años, podías abrir los aparatos averiados con la confianza de encontrar el componente estropeado, sustituirlo por uno nuevo y devolverle el equipo al cliente casi como nuevo. Ahora eso es imposible.
La diferencia es que los aparatos actuales son más pequeños, ligeros, potentes y baratos. El Walkman Sony original de 1979 costaba 200 dólares, pesaba 400 gramos y sólo podía reproducir –no grabar– la docena de canciones que cabían en una cinta de cassette. El modelo actual del iPod Shuffle de Apple cuesta 50 euros, pesa 12 gramos y admite 500 canciones. Lo mismo ocurre con las videocámaras y los equipos de música. Incluso los televisores actuales, con pantallas más grandes, pesan y ocupan menos.
Gracias a las mejoras en los materiales y en los procesos de producción. hace 40 años que en la industria electrónica rige la ley de Moore (formulada por Gordon Moore, uno de los fundadores de Intel): la cantidad de transistores que caben en un chip se duplica cada dos años. Ello afecta a la velocidad de los microprocesadores, a la capacidad de las memorias y a la resolución de las cámaras digitales.
La mejora de las prestaciones no siempre se tiene presente cuando se lamenta la supuesta obsolescencia programada. Es posible que algunos equipos tengan limitada artificialmente su vida útil, pero en la mayoría de los casos somos los consumidores quienes no llegamos a agotarla. Que levante la mano quien haya esperado a que se estropee su televisor para cambiarlo por un TFT-LED-FullHD.
Practicamos el consumismo compulsivo. En los años 90, Microsoft ofrecía una versión simplificada de su Word, que costaba una quinta parte que el programa completo, pero nadie la compró. Los dispositivos móviles de Apple no permiten que el usuario sustituya la batería, pero eso no parece importar a los millones de compradores del iPhone. Es hipócrita quejarse de que los aparatos ya no son eternos. No queremos que lo sean. Lo mejor que podemos hacer es consumir de forma responsable y asumir que deshacernos de los productos tiene un coste, ya sea económico al reciclarlos o bien ecológico al tirarlos en los vertederos del Tercer Mundo.
Publicado originalmente en el diario Ara. Fotografía de saschapohflepp con licencia CC BY 2.0